Roland luchó contra la punzante agonía que le atenazaba las piernas y buscó el rostro
de Alicia en la penumbra. Alicia tenía los ojos abiertos y se debatía al borde de la
asfixia. Ya no podía contener la respiración ni un segundo más y sus últimas
burbujas de aire se escaparon de entre sus labios como perlas portadoras de los
últimos instantes de una vida que se extinguía.
Roland le tomó el rostro y trató de que Alicia le mirase a los ojos. Sus miradas se
unieron en las profundidades y ella comprendió al instante lo que Roland se
proponía. Alicia negó con la cabeza, tratando de alejar a Roland de sí. Roland señaló
el tobillo aprisionado bajo el abrazo mortal de las vigas metálicas del techo. Alicia
nadó a través de las aguas heladas hacia la viga abatida y luchó por liberar a Roland.
Ambos muchachos cruzaron una mirada desesperada. Nada ni nadie podría mover
las toneladas de acero que retenían a Roland. Alicia nadó de vuelta hasta él y lo
abrazó, sintiendo cómo su propia consciencia se desvanecía por la falta de aire. Sin
esperar un instante, Roland tomó el rostro de Alicia y, posando sus labios sobre los
de la muchacha, expiró en su boca el aire que había reservado para ella, tal y como Caín había previsto desde el principio. Alicia aspiró el aire de sus labios y apretó con fuerza las manos de Roland, unida a él en aquel beso de salvación.
El muchacho le dirigió una mirada desesperada de adiós y la empujó contra su
voluntad fuera del puente, donde, lentamente, Alicia inició su ascenso hacia la superficie.
Aquella fue la última vez que Alicia vio a Roland.
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