domingo, 28 de noviembre de 2010

Tenía diecisiete años y la vida en los labios.


El hombre más sabio que jamás conocí, Fermín Romero de Torres, me había explicado en una ocasión que no existía en la vida experiencia comparable a la de la primera vez que uno desnuda a una mujer.Pero tampoco me habia contado toda la verdad. Nada me habia dicho de aquel extraño tembleque de manos que convertía cada botón,cada cremallera,en tarea de titanes.Nada me había dicho de aquel embrujo de piel pálida y temblorosa, de aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecia arder en cada poro de la piel. Nada me contó de todo aquello porque sabía que el milagro sólo sucedía una vez y que,al hacerlo,hablaba un lenguaje de secretos que, apena se desvelaban, huían para siempre. Mil veces he querido recuperar aquella primera tarde en el caserón de la avenida del Tibidabo con Bea en el que el rumor de la lluvia se llevó el mundo.
Tenía diecisiete años y la vida en los labios.

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